De vez en cuando la vida nos hace sentir emociones que a pesar de los años vividos siguen presentes como el primer día en nuestras vidas.
A veces esos exiguos detalles son los que penetran, de verdad, en los más recónditos rincones de nuestro yo más íntimo, por otra parte, ansioso de emociones. Si, es de esos pequeños detalles, de lo que día a día vamos alimentando nuestra alma.
El sentimiento nazareno es una intensa percepción interior, muy profunda y muy arraigada en nuestra tierra. Ser murcianico y nazareno configura una peculiar mezcolanza que va muy unida con la gente de aquí. Sus tradiciones legadas de padres a hijos siguen incólumes y a pesar del tiempo, a pesar de todos los cambios: culturales, sociales o políticos, esas costumbres están ahí, con nosotros.
Cada año con la llegada de la primavera asoma nuestra Semana Santa. Cuando la Luna Nissan riega con anocheceres de plata la huerta y el olor del azahar anuncia que llegan los nazarenos, la ciudad borbota a golpe de tambor. El murciano de toda la vida se prepara porque su pequeño corazón le empieza a bullir arrebatadamente y sus sentimientos se acentúan.
El orgullo de ser murciano y ser nazareno alcanza día a día su climax y todo gira en torno a eso, a su procesión, a su cofradía, a su trono, a su hermandad, a su tercio, a su vara…
Es el momento de prepararlo todo, sacar la túnica del viejo armario, planchar la camisa, almidonar las enaguas, las medias, las esparteñas, la chaqueta, la corbata, el estante, el rosario, la almohadilla, disponer los nuevos e innovadores regalos que vamos a ofrecer este año, compartimos el besapié, el traslado, el encuentro, cuantas y cuantas cosas. El nervio, las emociones, han apoderado al nazareno, al murcianico de toda la vida. Desde ahora y hasta el día de la procesión vivirá por y para esa jornada.
Llegado el esperado día, la emoción es máxima, el nerviosismo aumenta y la ilusión se desborda. Es hora del ritual, de la vestimenta. Todo preparado a los pies de la cama. Está toda la túnica perfectamente planchada. Ahora solo queda que con la ayuda de la madre y de la esposa se consume el objetivo y los desvelos de todo un año.
Despacio, paso a paso y con orden y cariño nos van colocando todos y cada uno de los elementos que configuran nuestro traje de nazareno. Ya queda menos. Ahora y tras llenar la sená de caramelos, huevos, habas y otros regalos vamos hacia la iglesia, punto de nuestra partida este día. Allí, nuestro pequeño corazón, ya engrandecido hierve en una mezcla de emoción, nerviosismo y miedo. Entras en la iglesia y allí magnifica e impresionante nos recibe nuestra Virgen, nuestra Madre de la Misericordia, preparada para acogernos y protegernos a todos en nuestro sufrido y ansiado recorrido.
Nuestro cabo de Andas nos asigna el puesto y procedemos al atado de la almohadilla. Un sudor frío invade nuestro cuerpo. La espera se hace eterna y todos los compañeros nos deseamos suerte en este recorrido triunfal para un nazareno. La puerta de la iglesia se abre y los penitentes empiezan a procesionar. Todo está dicho y el silencio es total. Cada uno en su puesto. Es el momento, todo un año esperando y ya está aquí. Un cúmulo de sensaciones, pensamientos, vivencias e ilusiones se mezclan en nuestra mente. Estamos todos juntos, pero cada uno se encuentra consigo mismo, con su experiencia de fe abrazado a su vara recordando en imágenes todo lo vivido. Ahora un apretón de manos cómplice con mi hermano y por fin. Vamos señores!!! …(golpe de estante).