[ARTICULO] La Misericordiosa Madre de Cristo. D. José Guillermo Rios

De todos es conocido que Misericordia es la disposición a compadecerse de los trabajos y miserias ajenas, está fundamentada en dos valores esenciales: perdón y reconciliación. Por eso es muy frecuente encontrarnos en los Santos Escritos palabras como; “Acuérdate, oh Yavé, de tu Misericordia, de tu bondad que son eternas. Salmos 25 (24)… Pero si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre perdonará las vuestras”. S. Mateo 6.15.

Yo no soy un exegeta, solo un católico que busca en la Biblia el alimento de su alma, sin embargo es en la vida misma donde encuentro, a veces, el camino más sencillo y llevadero que conduce a la realidad y tranquilidad espiritual que necesito.

Dice el adagio que el primer paso es el que más cuesta, pero también que la suerte es de los atrevidos, y este paso y esta suerte la tuvieron el grupo de nazarenos de la Misericordia el día que iniciaron la creación de un trono para la Santa Madre de Jesucristo, algo casi inédito ya que desde hace muchas centurias, maestros del cincel, del pincel o de la gubia sólo se han ocupado de inmortalizar actos bíblicos jerosolitanos que representan el nacimiento de Cristo, La Piedad, La Sagrada Familia, la Adoración de los Reyes, o Los Crucifijos, que tanto inspiraron a Miguel Angel, Rivera, Carl Bloch, y otro muchos, llamando a Cristo no con un exiguo repertorio de alabanzas sino con un rosario de atributos dignos y merecederos. Pero en ninguno de ellos aparece cuadro o imagen de la Misericordia. Igual ocurre en los siglos de oro de la pintura y la escultura; Ni Senén Vila en sus pinturas, ni los pintores y escultores Villacís, Salzillo, Roque López o Giraldo Bergaz figuran en los catálogos de Baquero Almansa, Cean Bermúdez y otros como autores de la Misericordia.

Pero si grande es la Misericordia de Cristo, cuánto más grande será la Misericordia de una Madre. Si D. Luis Belluga, gran benefactor, creador, de la Casa de Misericordia en Murcia, no dejó junto a su obra una madre que acogiera bajo su manto aquellas criaturas, otros tendrían que venir que cubrieran este insostenible vacío. Y fueron estos los llamados Nazarenos del Trono de la Santísima Virgen Madre de la Misericordia los que lograron con su esfuerzo, encontrar a la Madre y hacer que la magia de su figura, la fascinación de su mirada en ese momento de franqueza invencible que se produce cuando asoma por la Puerta de la Iglesia de San Esteban a cuyos lados, entre columnas corintias, San Lucas y Santa Catalina coronados por San Esteban, anuncien con ese soplo de brisa o hálito ardoroso que nos envían y nos envuelve sobrecogedoramente, que sale por esa puerta la Misericordia Divina, La Santa Madre de Dios, esa imagen perfectamente trazada de la mano de Sánchez Lozano en la que parece transparentarse o se transparenta la galanura de una flor, siempre con la severidad de la obra, en esa tarde de Viernes de Pasión.

Luego ese pólipo que camina silencioso, llevado por treinta y seis voluntarios y devotos cireneos que se saben portadores de esa perfección de clásica forma teologal, que reúne un matiz gigantesco y que constituye el rasgo más pronunciado de bondad y misericordia, hará el Vía Crucis murciano anunciando la verdad de los misterios, evangelizadora, misericordiosa, diciendo que la mentira puede perdonarse por ese bien que a veces causa, o por ese alivio momentáneo del mal que niega, pero que como se lee en el Evangelio de San Juan: La verdad os hará libres.

Al ser humano, cuando la ignorancia o la estúpida soberbia les aleja de Dios, cuando los desocupados se proclaman ateos por no tener que creer en las verdades divinas, se convierten en juguetes de sus absurdas supersticiones, sin observar en su insensatez el ridículo que les circunda al erigir pedestales a los anyfes, pitonisas, agoreros, nigromantes, sanadores o cualquier oportunista aprovechado de la candidez colectiva. Y ahí esta la Santa Madre de la Misericordia, siempre con el perdón en sus labios, dándoles una y otra oportunidad de optar por el camino que les ha de conducir a Dios a través de su Misericordia infinita.

En la azul noche murciana del Viernes, un negro manto bordado en oro por unas manos amorosas, abrigan el corazón de La Virgen Santa de la Misericordia, que a pesar de las cristalinas lagrimas, Perlas Divinas que desde sus ojos se deslizan por su perfecta policromada mejilla, brotan por el dolor de la muerte de su amado hijo, aún nos abre sus brazos. Ha sido la voluntad y el esfuerzo de sus nazarenos que están convencidos de que el amor y la misericordia de esta Santa Madre no les ha rozado tangencialmente el corazón, se lo ha invadido.

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