Es bueno que resuciten buenas costumbres y se popularicen para el bien social y humano, y sobre todo para aquellos cuyo corazón no ha perdido el norte de la Fe y no permitir que caigan en el olvido, por eso, a estos eventos debería escribírseles un epitalamio.
Tampoco hizo falta que San Juan cayera en Viernes para fijarlo como día apropiado. Los cabos de andas de los tronos Santísima Virgen y Cristo de la Misericordia fijaron un domingo que suspendería las funciones rutinarias de nuestras almas para dedicarlo al Año Santo de la Vera Cruz, el acontecimiento jubilar que nos ha llevado a reflexionar detenidamente sobre nuestra situación moral y humana, y así emprender la peregrinación que nos llevó a Caravaca, a ese montecillo en cuya cima y en el centro del imafronte de su Sagrada Iglesia está la Santa Cruz, y en el interior de su templo La Santísima y Vera Cruz, una lignum crucis, un trozo que corresponde al leño en el que fue crucificado Jesús y que se conserva en un relicario, simbolizando el amor y la penitencia. Ya no hay que esperar a que llegue el Juicio Final para oir tocar la trompeta, todo lo tenemos aquí, al alcance de nuestra mano pues en 1998, La Santa Sede concedió a Caravaca La celebración de su Año Jubilar “ad perpetuum”, siendo la quinta ciudad de la Fe cristiana que ostenta este sin igual privilegio.
Y fue tan desbordante nuestra alegría que se transformó en la fiesta de la Peregrinación, alivio del alma, descanso del cuerpo, la ascética del nazareno, todo ello bajo la presidencia de una pequeña cruz en la que no buscábamos significado histórico alguno, ni ritos ni costumbres, solo un camino abierto a los que profesamos la Fe católica. Ni un solo personaje circunspecto al que deber pleitesía, intentando despejar lo paradójico que es saber por qué morimos y en cambio no saber para qué vivimos.
Las calles del pueblo eran un continuo ir y venir no se si decir de muchedumbre ya aleccionada o indocta turbamulta, pero que todos coincidían en un vértice final y un pensamiento unánime, teníamos que culminar y sobre todo dar testimonio, porque sí lo sentíamos, de nuestra presencia en tan sagrado lugar, acudiendo a la llamada que anteriormente nos había hecho el nuncio del Santo Padre: Monseñor Monteiro de Castro, y sobre todo cumpliendo con lo que nos ordena nuestra conciencia religiosa.
La idea de Dani y José María no pudo ser mejor; La presencia de los camareros de los dos tronos; Josefina y Jerónimo, nazarenos jubilados, enfermos, mujeres, niños acudieron a la peregrinación con alegría, con amor, y es que las buenas ideas son las verdaderas madres de la vida, antorchas o luminarias que transmiten, por símbolos o personificaciones, la savia de unas generaciones a otras. Son una herencia intelectual y moral, cuya conservación y acrecentamiento aporta, al sagrado depósito de las tradiciones, factores y elementos nuevos, que con el sedimento, lastre de las antiguas generaciones, constituyen la trama de la vida universal, aunque azarosa y temeraria.