
En primer lugar, expresar mi más sincera felicitación a todos los hermanos que forman o han formado parte de la Hermandad de Nuestra Señora Madre de Misericordia, de modo especial a sus estantes, y en segundo, al resto de los hermanos que componen la Cofradía, puesto que con el paso que se dio, hace quince años, incorporando a nuestra procesión esa bellísima imagen Dolorosa, convertida en Soledad en la tarde-noche del gran día que es para Murcia y los murcianos el Viernes Santo, empezándose a considerar por todos como una Cofradía, que, aunque ya lo era, todavía, sobre todo desde fuera, se continuaba viendo como una hermandad.
Como ya he expuesto, y aunque parezca que fue ayer, ya son quince los años que han transcurrido desde tan importante hecho, momentos aquellos en los que yo era nazareno estante, portando al titular de la Cofradía, Santísimo Cristo de la Misericordia, y aún llevando una magnífica y entrañable imagen, me causó un gran impacto la que se unía a nuestro cortejo, por ese semblante de inmenso dolor de madre, al ver que su amado y queridísimo Hijo moría en la Cruz, cumpliéndose la profecía de Simeón: “Madre, una espada traspasará tu alma”, pero no olvidemos que por medio de ese sacrificio consigue la redención del género humano, y que si “nuestro día” es de inmenso dolor, está muy cerca la Resurrección y Gloria del Señor.
Todos los que formábamos la Cofradía en aquella época, recordamos el trono prestado con el que desfilaba “nuestra Virgen”, posteriormente, y sufragado por sus estantes, estrenó el suyo, en el que se eleva majestuosamente, siendo éste modificado, ligeramente, en la última procesión, Semana Santa 2003 y ello, unido al cambio de luz eléctrica por la de velas, significó que lo que parecía imposible se cumpliese, y ello es el que la figura de la Madre pudiese parecer todavía más hermosa.
Desde esta página deseo expresar mi más sincero agradecimiento a D. Francisco Cánovas Carretero, propietario de la imagen de la Señora, que nos cede anualmente para los cultos religiosos así como para procesionar.
¡Madre de Misericordia, acógenos como amantes hijos tuyos, ahora y en la hora de nuestra muerte!