El Santísimo Cristo de la Misericordia recorre por vez primera las calles de la ciudad en la augusta noche de Viernes Santo

Brillantez y severidad fueron las notas destacadas del cortejo procesional de la Hermandad
El fin corona la obra, dice el adagio, y este fin perseguido durante un año de trabajos, desvelos e inquietudes múltiples, ha sido coronado con creces cuando la imagen de nuestro venerable Titular ha recorrido la Ciudad con los brazos extendidos en simbólico y paternal abrazo a un pueblo que, apiñado, recibió su paso en medio del mayor silencio, respeto y emoción.
En el último número de esta revista cerramos esta sección diciendo que el pueblo era a la postre quien tenía que emitir su juicio acerca del mayor o menor abrillantamiento con que la Hermandad, al rendir público homenaje al Crucificado, cooperaba al mayor esplendor de la Semana Santa murciana.
El silencio, señal inequívoca de toda manifestación del respeto, ha sido durante el desfile de la Hermandad la mejor prueba del éxito obtenido, pues nuestra primera aspiración es que Murcia entera una a sus devociones la tan necesaria a nuestra salvación: La de la Misericordia de Dios con tanto realismo plasmada en nuestro Santísimo Cristo, y para alcanzar esta devoción no es mal principio la buena acogida que en la noche del Viernes Santo nos fuera hecha.
Por otro lado, la prensa local, portavoz de la opinión, no ha escatimado elogios a la brillante presentación de nuestra Hermandad, que en todos ha dejado un sabor y recuerdo imborrables.

Y ya que de opiniones hablamos, diremos que la mayoría de las que han llegado a nosotros coinciden en afirmar que uno de los mayores aciertos ha sido la de hermanar la vistosidad con la tradición murciana, que por otro lado nunca estuvieron en pugna, al presentar una túnica, sin mixtificaciones de ninguna índole, de corte netamente murciano, respetando también el típico atavío de los porteadores del «paso», que en nada se opone al respeto y religiosidad del acto que se celebra, pues manifestar lo contrario sería imperdonable vanidad, ya que equivaldría a suponer a nuestros antepasados carentes de esa religiosidad y respeto que nosotros hemos venido a imponer; y es que no es el vestido el que se hace respetar, sino el comportamiento del que lo luce, que no es lo mismo.
El Martes Santo, como se tenía previsto, fuE trasladada procesionalmente a San Bartolomé la imagen de nuestro Titular, revistiendo el acto gran solemnidad. Acompañaron al Santísimo Cristo, la población toda de la Casa José Antonio, Comunidad de Hijas de la Caridad, una gran cantidad de público, entre el que destacaba la rama de señoras de Acción Católica de San Miguel, y la Hermandad entera, bajo la presidencia de los Hermanos Mayores Honorarios don Agustín Virgili Quintanilla, Presidente de la Excma. Diputación; don Mariano Montesinos Molina, Diputado Visitador; don Carlos Aransa y Martínez, Presidente de la Real y Muy Ilustre Cofradía del Santo Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo, y la Junta de Gobierno en pleno, cerrando el cortejo la Banda de Música de la Casa José Antonio.
A la puerta del templo de San Bartolomé se hallaba revestido el Sr. Cura Párroco, don José Moreno, quien recibió al Santísimo Cristo con la solemnidad que marca la liturgia, mientras al órgano se interpretaba la Marcha Real.
Y por fin llegó el gran día, aquel en que Jesucristo quiso morir para darnos la Vida, cuyo acto, jamás igualado en el transcurso de los siglos tanto pasados como venideros, íbamos a conmemorar. A las nueve y media de la noche, ante un inmenso gentío que se apretaba ansioso de adorar a su Dios, que loco de amor por los hombres se abrazó estrechamente al hasta entonces infame madero de la Cruz, hizo su aparición el estandarte de la Hermandad, llevado por el mayordomo señor Ruiz Riquelme, a cuyos lados se alinearon los dos tenebrarios y a continuación de los cuales una sección de penitentes alumbrantes. Un recogimiento recoleto y un silencio sólo turbado por el susurro de las oraciones y por el lejano eco de la marchas pasionarias, anunciaba la presencia del Santísimo Cristo de la Misericordia que, sobre un trono bella y severamente adornado de flor natural, iba repartiendo misericordias abundantísimas.
Seguía al Santísimo Cristo otra sección de penitentes alumbrantes, y a continuación la presidencia de la Hermandad, cuyo centro ocupaba el Hermano Mayor, señor Tudela Martínez, alineándose a su derecha el Vice-hermano Mayor, doctor Ruiz Jimenez, y el Vocal señor García Munuera, haciéndolo a su izquierda el Tesorero, señor Salcedo Correa, y el Vocal señor López Molina. La procesión fué regida por los mayordomos, señores Valcarcel, secretario de la Hermandad, Marcos Jimenez y Egea, Comisario de Material y Cultos, respectivamente.
Cerraba esta parte de procesión del Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo la Banda de Música de la Casa, sobre cuyo uniforme llevaban el emblema de la Hermandad, interpretando durante el trayecto varias marchas pasionarias, una de las cuales, «Consumatus est», del director maestro Escribano, ha sido dedicada al Santísimo Cristo.

Próximo a la una de la madrugada hizo su entrada en el templo de San Esteban la imagen del Titular, siendo momento de intensa emoción éste en que el Santísimo Cristo entre dos filas de penitentes alumbrantes que abrieron calle y teniendo por palio el sereno cielo de nuestras primaverales noches, fué depositado en la iglesia donde recibe culto.
Un verddadero ejemplo de piedad y fervor ha dado la Hermandad durante su primera procesión, estando el comportamiento de cada hermano a la altura de la corrección que el acto exigía. Con este motivo felicitamos desde estas columnas a los hermanos pertenecientes a la Casa, ya que su porte desde que formaron en las filas ha sido digno y fiel reflejo de la educación religiosa que en esta Casa día a día se les inculca.
Ha terminado pues la primera fase de la vida de nuestra Hermandad, el periodo de organización ha cedido su puesto al de realidades. Todos los sueños que hemos venido alimentando un año han tomado cuerpo, y ya dificilmente morirán. Esta es nuestra labor, conservar y enriquecer lo creado para legarlo luego a quienes nos sucedan, en la responsabilidad primero, y en la vida del tiempo, después.
LOSCAR.
Cinceladas, nº 17 , Murcia, Abril 1950