[ARTICULO] Semana Santa. D. José Guillermo Rios

Hay un solo hecho que llena y ocupa toda la semana, hasta tal punto que es imposible ocuparse de otra cosa o evento que no sea este. A su lado otros hechos que por su aparición de última hora pudiera ser llamado como novedoso quedan pequeños, sin importancia e indignos de ser considerados para ocupar una pequeña reseña en cualquier medio de información: ese hecho cuya actualidad se reproduce año tras año desde hace ya dos mil tres y que seguirá produciéndose por siglos y siglos, puede afirmarse, sin miedo a incurrir en ningún error, es la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, el hijo de Dios, del Salvador de los hombres.

¿Cuantos miles de suplicios se han verificado antes del que en esta Semana Santa conmemora la Cristiandad? No creo que hayan datos de tan elevado número, como tampoco creo que ninguno de ellos, fuera del de Jesús, haya sido origen o motivo de redención.

La sangre del Justo derramada en el Calvario, cayó cual benéfico rocío sobre la humanidad entera, y cada una de sus gotas fue suficiente para lavar las culpas de millones de hombres que como cada rayo de sol hace vivir a innumerables seres. La existencia del Hijo de Dios, al salir del cuerpo del Hijo del Hombre, recobró toda su infinita extensión, y volvió a adquirir toda su eternidad, y por eso pudo bastar a la redención de la humanidad entera. Ni puede darse sacrificio más enorme y más sublime que el del infinito que se limita a sí mismo por su propia voluntad, ni puede concebirse resultado más grandioso que el logrado en virtud de tal sacrificio.

Un largo periodo de dos mil tres años, durante el cuál se ha perdido la memoria de tantas cosas y de tantas personas, de tantos hechos juzgados en su tiempo como importantes y de tantos personajes tenidos por sus contemporáneos como ilustres, no han podido entibiar siquiera el recuerdo de la Redención, ni debilitar en la mente de los hombres el brillo de las fulgurantes letras con que en ella está escrito el nombre del Redentor.

Y pasarán años y siglos; las generaciones se sucederán unas a otras, se fundarán y caerán Estados, Monarquías, Repúblicas, Imperios; cambiarán los usos y las costumbres; tendrá la civilización, sol de la humanidad, como el sol de la naturaleza, sus ortos y sus ocasos y sus eclípses, y sin embargo, de la memoria de los creyentes, no se borrará el nombre de Jesucristo, ni de su conciencia las enseñanzas de su doctrina, ni de su corazón el amor a quien les salvó a costa de su humillación y de su existencia.

El Mártir del Gólgota es, sin lugar a dudas, el Hijo de Dios, no solo considerado por la ceguedad inconsciente y puramente sentimental de la fe, sino ante la luz de la razón.

Por eso, ante la magnitud del hecho que esta semana conmemora la Iglesia, quedan oscurecidos, quedan anulados todos los demás, y por eso, los que se ocupan de las crónicas y las noticias del día, creo se encuentran sin fuerzas para ocuparse de ellas, o nos limitamos a decir a los que, con nosotros, comulgan en Cristo: No es esta ocasión de pensar, sino de sentir; sintamos y que las fibras de nuestros corazones no vibren sino de amor al que se sacrificó por salvarnos, pues, ni aún haciéndolo así, podrá aproximarse siquiera nuestra gratitud a la altura que alcanzó su sacrificio.

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